viernes, 27 de julio de 2007

Una palabra que cambia tu vida, por Eliezer Ronda

Cuando era pequeño una de las cosas que más me orientaron mis padres era el que tenía que ser agradecido con todas las personas que estaban a mi alrededor. Una de las estrategias que utilizaron para darme aquello que quería era que lo condicionaban a que les dijera la “palabra mágica”: Gracias.
Fueron muchas las ocasiones en las que tuve que esperar a que me dieran lo que ansiaba sino daba “las gracias.” Sin lugar a dudas, su deseo es que creciera como una persona con buenos modales y valores ante la sociedad. De la misma forma nos hemos preocupado en gran manera a ser cristianos de “buenos modales” evangélicos que hasta podemos abusar del discurso del agradecimiento. Hasta decimos que si comentáramos de las cosas por las cuales somos agradecidos que un sólo servicio no bastaría para darle las gracias a Dios. Estoy convencido que la mayor parte de las personas que dicen eso, no durarían ni diez minutos en nombrar las razones por las cuales darle gracias a Dios. Es por ello, que con el tiempo me he puesto a pensar en que consiste el ser agradecido en realidad. En texto bíblico podemos observar lo siguiente: “Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Su adoración no es más que un mandato enseñado por hombres” (Isaías 29:13 NVI).Es muy interesante observar que la palabra honra en este verso bíblico viene del vocablo hebreo kâbad que significa “hacer pesado en forma severa.” Es decir, cuando lo que decimos en aparente gratitud no lo vivimos y parte de una tradición a la cual no hemos querido comprender, hacemos de nuestro discurso uno que sea muy pesado a los oídos de nuestro Señor. Por lo tanto, debemos revisar que nuestra expresión de agradecimiento no puede estar limitada a lo que decimos sino a lo que vivimos. En una ocasión, Jesús compartió una parábola a sus discípulos acerca de la verdadera oración que Dios escucha. En la misma hace una comparación entre un fariseo y un publicano. Todos sabemos que el que gozaba de la mejor reputación social era el fariseo puesto que vivía guardando la ley y era un líder de la sinagoga, en cambio, el publicano no era más que un individuo aliado con el gobierno opresivo de Roma. En este caso el fariseo comienza orando diciendo: “Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; Ayuno dos veces á la semana, doy diezmos de todo lo que poseo” (Lucas 18:11-12 RV 1960). Es curioso ver que este líder religioso comienza dando “gracias” a Dios por él mismo. Claro está, cuando vemos esta porción solemos criticar esta actitud del fariseo, por su arrogancia y prepotencia personal. Pero cada vez que medimos nuestra espiritualidad por lo que decimos en nuestro de intento “ministrar el corazón del Padre” y no vemos nuestra humanidad y el alcance de Su gracia sobre nosotros, anulamos lo que decimos en nuestros servicios de adoración. Es muy tentador encerrarnos en nuestros propios mundos evangélicos cargados de “gritos de júbilo” y olvidar que la gratitud no puede ser comprada con palabras hermosas o elocuentes que sean meras tradiciones humanas aprendidas de quienes nos han dirigido en los servicios de adoración. Se necesita sobre todas las cosas humildad. Es decir, la verdadera gratitud parte de la humildad. . El salmista dijo: Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre (Salmo 100:2-3 RV 1995). Es interesante que la actitud de tal agradecimiento surge de aquel que reconoce que Jehová es su Dios y que fue Él quien nos hizo y que nosotros no somos auto-desarrollados por nuestras habilidades humanas. Es decir, nuestra gratitud debe ser la evidencia de reconocimiento de nuestra dependencia de Él. Por lo tanto no podemos darle demasiado peso gravoso a lo que decimos si no somos capaces de vivir agradecidos en humildad.Es muy triste como en ocasiones algunos líderes de los ministerios de alabanza creen que la canción se sujeta a la poesía con la que se elabora su expresión. Es como si el contenido de la composición fuera suficiente. Para ser más claro, no hay palabras mágicas que puedan comprar el favor de Dios para con sus hijos e hijas. Cuando mis padres comenzaron a observar que mis intenciones era manipularlos para que me dieran más dinero por mi aparente buen comportamiento y de esa forma comprar dulces en la tienda, automáticamente me negaban el pedido, puesto que conocían las intenciones de mi corazón y que solo buscaba comer y comer más chocolates con el fin disfrutarlos personalmente y ni compartirlos con mis otros tres hermanos. De igual forma es importante comprender que Dios no puede ser manipulado con nuestro “egosímo” disfrazado de una canción de alabanza. Se necesita un corazón agradecido que no intente fundamentarse en la apariencia y la buena reputación social, sino que pueda decir como el publicano: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! (Lc 18:13b NVI).

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